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“Y todo esto procede de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; a saber, que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no tomando en cuenta a los hombres sus transgresiones, y nos ha encomendado a nosotros la palabra de la reconciliación.”

2 Corintios 5:18-19 (LBLA)

Reconozco que soy una persona que me gusta mucho hablar, y sobre todo, recomendar. En estos días, por ejemplo, cambie de compañía telefónica e inmediatamente comencé a llamar a mis amigos para motivarles que hicieran lo mismo, mientras les hablaba de las virtudes de la nueva compañía y de porque debían dejar la suya. También me pasó recientemente con una película que vi en el cine. Quedé tan maravillado con las excelentes actuaciones y el buen desarrollo de la trama, que no esperaba salir del cine para llamar a mis amigos e invitarlos a verla.

Creo que socializar las cosas buenas que experimentamos con las demás personas, es una de las satisfacciones más grandes que experimentamos los seres humanos.

Pero esta forma de actuar me ha llevado a hacerme la siguiente pregunta:

¿Por qué es que somos tan buenos recomendando disfrutes pasajeros de este mundo, más sin embargo, cuando consideramos el hecho más trascendente que ha sucedido en nuestras vidas, y que ha cambiado nuestro estado eterno delante de Dios, somos tan pasivos en contarles a los demás lo que Dios ha hecho en nuestras vidas?

Pienso que parte del problema se encuentra en que la mayoría de los cristianos no hemos reconocido la magnitud de la responsabilidad que Dios nos ha dejado al encomendarnos el ministerio de la reconciliación.

Ni tampoco hemos entendido que está reconciliación ha sido producto de la iniciativa de Dios, quien, no tomando en cuenta nuestras transgresiones como razón para mantenerse apartado de nosotros, ha dado el primer paso y ha enviado a su hijo para que por medio de su sacrificio en la cruz, nosotros podamos tener una relación con él.

Es importante reconocer esta iniciativa por parte de Dios, porque es la misma iniciativa que ahora se espera de nosotros hacia los incrédulos. Somos nosotros que en amor, sin tomar en cuenta los pecados de los hombres a nuestro alrededor, debemos acércanos a ellos, interrumpirles, y hablarles de este gran Dios que ha extendido su salvación hacia ellos.

En el año 1991, una de las canciones más populares en la revista Billboard de los Estados Unidos estaba interpretada por el grupo Heavy D & The Boyz y se titulaba “Now that we found love” (Ahora que hemos encontrado el amor). Aunque esta canción era de índole sensual, aún no dejo de pensar en la pregunta que exclamaba el cantante, de manera repetitiva, en el coro de esta popular canción: “Ahora que hemos encontrado el amor, ¿qué haremos con él? “

Nosotros, a diferencia de este cantante y de los demás seres humanos que no conocen a Dios, hemos encontrado el verdadero amor. De hecho, el verdadero amor nos ha encontrado a nosotros, y la pregunta que debemos hacernos ahora es: ¿Qué haremos con él?

Necesitamos orar a Dios para que nos quite el temor y la pasividad a la hora de evangelizar y para que nos haga sensibles a las personas que nos rodean, de manera tal que reconozcamos la necesidad que ellos tienen de entablar una relación con Dios, y nuestra responsabilidad de presentarles la palabra de la reconciliación.

Nosotros necesitamos de más cristianos que vivan vidas de arrepentimiento, ya que el arrepentimiento siempre desafía el orgullo. 

Si usted viene a Dios diariamente a confesarle lo mucho que ha pecado contra él, a usted le será más difícil pretender que es un cristiano más santo que los demás. Encontrará dificultoso darse aires y hacerse pasar por un cristiano perfecto.

Cuando otros le acusen de pecado, usted no saltará inmediatamente a su defensa, como si usted fuese una persona que no podría hacer mal alguno, y que por lo tanto, toda acusación debe ser un malentendido. Sino que, por el contrario, cuando alguien le acuse de un pecado, usted le responderá admitiendo que existe una alta probabilidad de que la acusación sea cierta, y no se avergonzará de decir: "Oh, sí, yo hice eso. Cuanto lo siento. ¿Me perdonas? "

Si somos capaces de humillarnos delante de Dios, seremos humildes ante los hombres, y la Iglesia será mucho mejor si habemos más de nosotros que seamos así.

John M. Frame, “Salvation Belongs to the Lord”, p.199, P & R, 2006.

Dios está más interesado en el obrero que en las obras que este realiza. Dios está más interesado en usted, que en lo que usted puede lograr para él. Si el cumplimiento del Proyecto Nínive era todo lo que a Dios le importaba con Jonás, él podría haberle descartado y buscado a otro profeta más fiable. Él sabía que Jonás huiría de él, entonces, ¿por qué le pidió que fuera a Nínive? Porque Jonás era el proyecto de Dios. Dios no vino a Jonás porque lo necesitaba, sino porque Jonás necesitaba de Dios.

Tullian Tchividjian, “Surprised by Grace: God's Relentless Pursuit of Rebels”, Kindle Location 1100, Crossway Books, 2010.

Muchos cristianos, en algún momento, hemos cometido el error de depender demasiado de nuestros pastores, hasta el punto que les dejamos a ellos tomar por nosotros las decisiones importantes de nuestras vidas; el trabajo que debemos escoger, la chica con quien debemos casarnos, y en algunos casos, hasta la ropa que debemos ponernos. (Mis amigos de América me dicen que esta dependencia está más arraigada en los países de Latinoamérica.)

Y el problema no está en pedir consejos, escuchar y someternos a los siervos que Dios ha levantado para servir a su iglesia, sino, en esa dependencia enfermiza que muchos hemos creado hacia nuestros pastores (y que muchos pastores tanto disfrutan), donde pareciera mostrar que nuestra relación con Dios depende directamente de nuestra relación con ellos. Como si nuestro cordón umbilical espiritual estuviera pegado a nuestros pastores, y no directamente a nuestro Señor.

Por favor no me mal interprete. No estoy en contra de escuchar y someternos a nuestros pastores, lo cual es un mandamiento bíblico. Lo que si estoy en desacuerdo, y encuentro anti bíblico, es concederles a nuestros pastores una autoridad sobre nuestras vidas que Dios en su palabra no les ha dado.

No podemos seguir viviendo vidas dependientes de otros hombres para nuestro caminar con Dios. Mientras esto siga así, seguiremos en altas y bajas siempre que nuestros pastores suban o caigan delante de nosotros. Nosotros necesitamos primeramente poseer una relación directa y sin interrupciones con nuestro Dios, quien es el Gran Pastor. Y una vez nuestras vidas estén seguras en EL, y tengamos esa relación saludable y de continua comunicación con EL, entonces y solo entonces, nuestra relación con las demás personas (incluyendo nuestros pastores) tendrán el correcto lugar que se merecen. Pero nada ni nadie puede suplantar el lugar que Dios tiene sobre nuestras vidas, ni su señorío sobre nosotros. Ni siquiera nuestros pastores.

Por muchos años de mi vida yo tuve esa relación enfermiza con mis pastores, donde yo no podía decidir por mí mismo muchas cosas de mi vida. Hoy en día las cosas son diferentes. Quizás porque estoy en una iglesia muy grande y el pastor no puede involucrase mucho conmigo. O quizás porque Dios le ha placido mostrarme su gracia en mi total dependencia de EL. Pero sea por una razón u otra, este ha sido un tiempo bueno para mi alma (aunque un poco doloroso en algunos momentos.)

En esta era de los medios sociales todos quieren nuestra atención, pero la pregunta que tenemos que hacernos es: ¿Cuanto de nuestra atención estamos dedicando a nuestro Dios?

“Tanto la Biblia como la historia de la iglesia nos muestran que Dios hace todo a través de aquellos que entienden que no son nada, y Dios no hace nada a través de aquellos que piensan que lo son todo.”

Tullian Tchividjian, “Surprised by Grace: God's Relentless Pursuit of Rebels”, Kindle Location 1268, Crossway Books, 2010.