Ha pasado poco tiempo luego de que Dios liberara al pueblo de Israel de las manos de Egipto, mostrando su grandeza y poderío al abrir el mar rojo y permitir que Israel pasara por tierra seca, cuando ya el pueblo de Israel ha comenzado a murmurar contra Dios. Primero porque no tenían que comer (Ex.16:2-3) y luego porque no tenían que beber (Ex.17:2-7).
Lo difícil de admitir aquí es que yo soy igual a Israel. No solo olvido prontamente las maravillas y proezas que Dios ha hecho a mi vida, y el perdón que me ha extendido, sino que cuando llega la prueba, que es lo que Dios envió a su pueblo en ese tiempo para probar sus corazones, soy pronto en quemarme en la misma.
Pienso que una de las cosas más importantes que podemos hacer como hijos de Dios es admitir nuestras flaquezas y debilidades, no como excusas para llevarnos a pecar y fracasar delante de Dios, sino como un clamor diario que tenemos que hacer a Dios para que nos fortalezca y nos ayude de esta manera a crecer en obediencia hacia EL en nuestro diario vivir.
No debemos hacer esto buscando ser bendecidos por Dios, para que nos envíe algún tipo de bendición material, o de salud o algo similar, NO!. Sino, porque Dios es más que digno de nuestra santidad y obediencia. Porque Jesús nuestro Señor fue obediente a su Padre hasta la muerte y muerte de cruz. Porque Dios no ha escatimado precio alguno a pagar por nuestra redención, cuando envió a su hijo unigénito a morir por nosotros en la cruz. Porque Dios nos ha amado con amor eterno.
Humillémonos pues en esta mañana delante de Dios y pidámosle perdón por nuestra incredulidad.