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Mucha gente regatea con Dios, intentando que Él rebaje sus condiciones. Ellos orarán "La Oración del Pecador”, siempre y cuando no tengan que ir a la iglesia cada semana. O irán a la iglesia, siempre y cuando no tengan que bautizarse. O se bautizarán, siempre y cuando no tengan que involucrarse en la iglesia. O donarán algo de su tiempo, siempre y cuando no tengan que dar nada de su dinero. O le darán parte de sí mismos a Dios, siempre y cuando no tengan que entregarse a Él por completo. En resumen, ellos están dispuestos a convertirse en cristianos, siempre y cuando puedan continuar viviendo para sí mismos. Se imaginan que existe alguna manera de aferrarse a sus pecados y aún así llegar al Cielo. Pero cualquiera que piense de esta manera, tiene aún un corazón en tinieblas. La salvación le pertenece solo a aquellos que caminan a la luz de la Palabra de Dios.

—Philip Graham Ryken, Exodus: Saved for God's Glory (Wheaton, IL: Crossway Books, 2005, 309. 

(Foto de Oriol Segon Torra vía Pexels)

Cada vez que pecamos; cada vez que le damos lugar al pecado en nuestras vidas (lo cual se siente tan placentero y atractivo cuando la tentación toca a nuestra puerta), nos colocamos delante de un tren; un tren en marcha y a toda velocidad, que nos está empujando a la destrucción. Un tren que, si somos sinceros, nos está llevando al punto dónde jamás quisiéramos llegar; al punto de perder todo lo que hemos recibido de la gracia de Dios: nuestras familias, nuestro llamado a servir a Dios, y por último, nuestras vidas.

(Photo by Anthony Colburn)