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Y sucedía que mientras Moisés tenía en alto su mano, Israel prevalecía; y cuando dejaba caer la mano, prevalecía Amalec. Pero las manos de Moisés se le cansaban. Entonces tomaron una piedra y la pusieron debajo de él, y se sentó en ella. Y Aarón y Hur le sostenían las manos, uno de un lado y otro del otro. Así estuvieron sus manos firmes hasta que se puso el sol. Josué deshizo a Amalec y a su pueblo a filo de espada. (Éxodo 17:8-16)

 Era el propósito de Dios que Israel peleara contra Amalec. Era el propósito de Dios que Josué, escogiendo a un grupo de hombres, luchara a espada con ellos, y que Moisés, orando con la vara de Dios, clamara a Dios en dependencia completa de Él (Éxodo 17:9). Pero fueron dos hombres —dos simples creyentes— quienes pusieron la piedra debajo de Moisés para que este se sentara en su cansancio mientras oraba manteniendo la vara de Dios en su mano. Y fueron estos dos hombres —con su sentido común— quienes sostuvieron sus manos, cada uno de un lado, cuando las manos de Moisés caían agotadas. 

Claro que Dios hará su propósito en nuestras vidas, cómo Él lo ha planificado desde antes que naciéramos. Pero no podemos ignorar, que fueron dos hombres los que estuvieron ahí, sosteniendo las manos y el cuerpo de Moisés, para que el propósito de Dios se cumpliera en él y en Israel. Y son hombres los que Dios usará a nuestro lado para sostenernos mientras caminamos con nuestras varas levantadas en dependencia de Él. Y soy yo, y eres tú, quienes Dios usará para sostener las manos cansadas de nuestros hermanos en Cristo, que al igual que nosotros, andan con sus varas levantadas clamando y creyendo a Cristo en sus vidas. No ignoremos que Dios ha escogido hombres y mujeres para acompañarnos en este viaje a nuestra tierra prometida, y que no existen llaneros solitarios en la vida cristiana. Abre tus ojos, y mira a tu alrededor. ¿A quién notas que está dejando caer sus manos por el cansancio? ¿A quién ves débil y agotado tratando de mantener en alto su vara? Y ahora, ¿Cuál de sus dos manos tomarás para sostenerla y que no desmaye?

(Foto de Matthias Zomer vía Pexels)


 

Mucha gente regatea con Dios, intentando que Él rebaje sus condiciones. Ellos orarán "La Oración del Pecador”, siempre y cuando no tengan que ir a la iglesia cada semana. O irán a la iglesia, siempre y cuando no tengan que bautizarse. O se bautizarán, siempre y cuando no tengan que involucrarse en la iglesia. O donarán algo de su tiempo, siempre y cuando no tengan que dar nada de su dinero. O le darán parte de sí mismos a Dios, siempre y cuando no tengan que entregarse a Él por completo. En resumen, ellos están dispuestos a convertirse en cristianos, siempre y cuando puedan continuar viviendo para sí mismos. Se imaginan que existe alguna manera de aferrarse a sus pecados y aún así llegar al Cielo. Pero cualquiera que piense de esta manera, tiene aún un corazón en tinieblas. La salvación le pertenece solo a aquellos que caminan a la luz de la Palabra de Dios.

—Philip Graham Ryken, Exodus: Saved for God's Glory (Wheaton, IL: Crossway Books, 2005, 309. 

(Foto de Oriol Segon Torra vía Pexels)

Cada vez que pecamos; cada vez que le damos lugar al pecado en nuestras vidas (lo cual se siente tan placentero y atractivo cuando la tentación toca a nuestra puerta), nos colocamos delante de un tren; un tren en marcha y a toda velocidad, que nos está empujando a la destrucción. Un tren que, si somos sinceros, nos está llevando al punto dónde jamás quisiéramos llegar; al punto de perder todo lo que hemos recibido de la gracia de Dios: nuestras familias, nuestro llamado a servir a Dios, y por último, nuestras vidas.

(Photo by Anthony Colburn)