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¿No es ese el gran tropezadero de nuestros días?

Nos gusta leer y considerar la enseñanza de Cristo, nos gusta considerar su noble vida y ejemplo y reflexionar acercar de ello, puede que hasta admitamos que era el Hijo de Dios; pero nos disgusta toda esta monserga de la conversión y el nuevo nacimiento. ¿Por qué? Porque implica que necesitamos convertirnos y que, hasta que hayamos nacido de nuevo, estamos “perdidos y muertos en pecado”.

No importa lo que cambie la vida y las vueltas que den las ideas; hay una cosa tan arraigada en la naturaleza humana que nunca varía ni oscila, y es nuestra buena opinión acerca de nosotros mismos. Nos gusta un Evangelio que nos interese, que nos seduzca, que apele a nuestras emociones y a nuestros sentimientos, nos gusta en tanto en cuanto presenta ideas y el ideal de vida; pero cuando promete “liberarnos” y darnos libertad, tropezamos con él, ponemos objeciones, porque al ofrecernos libertad indica nuestro presente cautiverio. Y, sin embargo, esto es lo que ofrece Cristo y lo que Cristo dice, y toda nuestra dificultad con respecto a esto gira en torno a nuestro falso concepto de libertad.

Martin Lloyd-Jones, Sermones Evangelísticos, Editorial Peregrino (2003), p.229

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