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La necesidad más urgente de la iglesia hoy

«Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt. 11:29)

La prioridad del cristiano es la formación de un carácter moral, la forja progresiva del carácter de Cristo en nosotros. Ese principio lo vemos claramente expresado en textos como Romanos 8:29: «...para que fuesen hechos –llegasen a ser– conformes a la imagen de su Hijo». La meta última de mi vida es llegar a ser como Cristo. Todo lo demás palidece en importancia al lado de este objetivo supremo. No hay programa de vida mejor para un creyente o para una iglesia. Porque este principio no se aplica sólo al creyente individual, sino también a la iglesia: «todo el edificio –la Iglesia– bien coordinado va creciendo para ser un templo santo en el Señor» afirma con rotundidad Pablo en Efesios 2:21. Me preocupa escuchar repetidamente afirmaciones como «esta iglesia lo que necesita es un programa, un buen proyecto». ¿Es que hay algún «proyecto» más importante o más bíblico que promover todo aquello que contribuya a esta formidable «transformación» –metamorfosis– (ver 2 Co. 3:18) del creyente y de la iglesia a imagen de Cristo? ¿No será este énfasis en un «proyecto» una sutil influencia del secularismo, a imagen y semejanza, por ejemplo, de los partidos políticos o las empresas que funcionan a base de «proyectos»?

En lenguaje teológico a este proceso de cambio para llegar a ser como nuestro Maestro se le llama santificación. Y la santificación ha sido la prioridad y la marca distintiva de los grandes avivamientos en la historia de la Iglesia. Desde el movimiento de los Hermanos Moravos en el siglo XVIII con el Conde Zinzendorf hasta la eclosión del avivamiento metodista con Juan Wesley que transformó la Inglaterra de su época, sin olvidar la gran aportación de los puritanos, todos ellos han tenido un «proyecto» muy claro: la santidad. Una pregunta de reflexión aquí: la superficialidad de la fe y del compromiso que se observa hoy en muchos círculos evangélicos en Occidente, ¿no será porque se ha dejado de lado esta prioridad de llegar a ser como Cristo? En demasiadas ocasiones lo periférico ha venido a sustituir a lo central en la vida del creyente y de la iglesia, de modo que se pone más énfasis en los actos que en las actitudes, en el hacer que en el ser, en los programas que en EL programa. Si esto sucede en la vida de una iglesia, puede ser el primer paso para su naufragio espiritual. Podrá ser un buen club social, pero habrá fracasado como «templo santo en el Señor». La centralidad de la santificación es requisito imprescindible para un discipulado sólido. Además, este anhelo de «ser santos en toda nuestra manera de vivir» (1 P. 1:15) no es una opción para una elite más o menos espiritual sino el deber de todo creyente y de toda iglesia, «porque escrito está: sed santos , porque yo soy santo» (1 P. 1:16).

Los rasgos distintivos de este carácter moral de Cristo los encontramos ampliamente descritos, entre otros, en dos pasajes: el Sermón del Monte (Mt. 5–7) donde Jesús mismo explica con profusión de ejemplos y metáforas en qué consiste la nueva forma de ser. El otro gran pasaje es Gálatas 5:22–23 donde Pablo enumera los diversos elementos del fruto del Espíritu. Recomendamos al lector profundizar en estos dos pasajes a fin de tener una visión mucho más amplia de este carácter al que aspiramos. Sí queremos dedicar, no obstante, unas líneas al modelo que Cristo mismo nos marcó con su propia vida.

El ejemplo mismo de Jesús. La vida y las enseñanzas del Señor nos muestran numerosos ejemplos de esta prioridad del ser. Al final del Sermón del Monte, y a modo de resumen, Jesús exhorta a sus discípulos con una frase concluyente: «Así pues no os hagáis semejantes a ellos» (Mt. 6:8). El verbo en griego «no os hagáis como» –gígnomai– es el mismo que aparece en Romanos 8:29 antes considerado. Según J. Stott ésta es la esencia de todo este sermón: «no lleguéis a ser como ellos».

En otra ocasión el Señor exhorta a sus seguidores a «aprender de mí que soy manso y humilde» (Mt. 11:29). Lo fundamental de su enseñanza no radicaba en sus actos, por milagrosos y fantásticos que éstos fueran; tampoco en sus palabras, sabias y sublimes. El meollo de lo que tenían que aprender estaba en el carácter de Jesús: sus actitudes, sus reacciones, su amor. Incluso en la parábola de los talentos, pasaje que a primera vista nos habla de la importancia de una buena administración –el actuar bien– así como de los resultados, al final lo que se resalta por encima de todo es una actitud: «Ven, buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré» (Mt. 25:23). Se elogia la fidelidad del siervo, una virtud del ser. La productividad, los resultados quedan en segundo lugar; no es que no tengan importancia, la tienen; pero en la vida cristiana es más importante el cómo –las actitudes, el corazón– que el qué.

La recuperación de este anhelo de santidad y de consagración es la necesidad más urgente de la iglesia hoy.

Escrito por el Dr. Pablo Martínez Vila en Pensamiento Cristiano

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