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No depende de mí

Aún recuerdo esos días en el mes de Julio del año 2006 cuando mi padre fue diagnosticado con cáncer en el estómago. Recuerdo aquel día cuando me dio la noticia por teléfono y que le pregunte:

- ¿Es peligroso?

Y recuerdo su irritada respuesta a mi tan estúpida pregunta:

- ¡Claro que es peligroso!, ¡es cáncer!

Era mi ignorante pregunta al tema del cáncer. Nunca lo había visto atacar a alguien tan cercano a mí.

Recuerdo el e-mail que días después recibí desde los Estados Unidos donde la esposa de mi padre nos informaba que el cáncer había hecho metástasis a los pulmones, y que ya no existía la posibilidad de operarlo. Los médicos le daban de 6 a 9 meses de vida, y de someterse a quimioterapia, podría llegar hasta 12 meses.

También recuerdo la inmensa cantidad de consejos que recibimos en ese tiempo, tanto de personas cristianas como de no cristianas, con el fin de ayudarnos a encontrar la solución al padecimiento de mi padre.

Las personas que no eran cristianas nos decían que la solución a la enfermedad de mi padre se encontraba en su mente, por lo que si él lograba producir una cantidad determinada de pensamientos positivos, erradicaba toda negatividad de su mente, y se visualizaba con un cuerpo sano, el encontraría su sanidad.

En un momento le enviaron a mi padre un video titulado “The Secret” (El Secreto), el cual enseñaba sobre la “Ley de la Atracción”, la cual establece que los seres humanos podemos determinar nuestro propio destino por medio de la manipulación de nuestros pensamientos y emociones. Es decir, que si pensamos en sanidad, prosperidad y felicidad, eso atraeremos a nuestras vidas. Pero que si por el contrario nuestros pensamientos son negativos, atraeremos solo problemas, malestares y enfermedades. Pero esta enseñanza, proveniente de una ideología panteísta, es contraria a las enseñanzas de la Biblia, ya que niega la existencia de un Dios personal y soberano, quien creó y sostiene con el poder de su Palabra todo el universo, mientras postula que el universo, la naturaleza y Dios son una misma cosa, y nosotros somos una extensión de esa energía o fuerza universal, la cual podemos manipular a nuestro gusto.

Pero lo que recuerdo con más dolor de ese tiempo, fueron los consejos que recibimos de nuestros hermanos cristianos, quienes en su mayoría, nos presentaron la misma solución que nos daban los no creyentes, solo que en vez de llamarle “Ley de Atracción” o “Pensamiento Positivo”, utilizaron un término más spiritual; “Fe”.

Obviamente la fe no es mala. Los cristianos somos personas justificadas por la “fe” en el Señor Jesucristo y en su sacrificio en la cruz, y cada día caminamos en este mundo como si fuéramos peregrinos y extranjeros en el, creyendo por “fe” la promesa de que Dios nos ha preparado una morada celestial donde viviremos con el por toda la eternidad luego de que partamos de esta tierra. Pero una cosa es tener “Fe” como una esperanza sometida a la voluntad de Dios, y otra cosa es tener “Fe” como una fórmula con la cual podemos manipular el universo. Hay una diferencia fundamental entre estos dos tipos de “Fe”. Una está basada en Dios mismo, su soberana voluntad para nuestras vidas y la otra está basada en nosotros mismos y en nuestros propios beneficios.

El momento más doloroso en todo este proceso fue cuando un amigo muy cercano a mí me hizo la siguiente pregunta mientras conversábamos sobre la situación de mi papá:

- ¿Cuidado si tú papa no se ha sanado porque no le has creído a Dios lo suficiente para su sanación?

Por unos minutos sentí que toda mi fe en Dios se venía abajo, mientras de pronto, varias preguntas comenzaron a bombardear mi cabeza:

- ¿Qué tal si la enfermedad de mi papá es producto de mi falta de fe?

- ¿Qué tal si Dios no lo ha sanado porque yo no he creído en su sanación lo suficiente?

- ¿Qué tal si mi papá sigue enfermo y camino a su muerte física, porque él mismo no ha tenido una fe digna de que Dios la conteste?

- ¿Qué tal si la sanidad de mi papá depende de mí?

Y entonces, cuando me encontraba luchando con estas preguntas, tres versículos de la carta de Pablo a los Romanos vinieron a mi memoria:

De la misma manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. No sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Y Aquél que escudriña los corazones sabe cuál es el sentir del Espíritu, porque El intercede por los santos conforme a la voluntad de Dios. Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a Su propósito.”

Romanos 8:26-28 (NBLH)

Estos versos me recordaron que los hijos de Dios ciertamente no sabemos orar como debiéramos. Es decir, que por más fina, bonita, espiritual o autoritativa que suene nuestra oración, seguimos sin saber orar la voluntad perfecta de Dios para nosotros, y por tal motivo, el Espíritu Santo tiene que socorrernos en nuestra debilidad intercediendo por nosotros con gemidos indecibles.

Fíjese que el texto no dice que quien nos ayuda intercediendo por nosotros es una ángel, o un ser humano, o un santo de la antigüedad, o la madre de Jesús. No, es Dios Espíritu Santo, la tercera persona de la trinidad, quien intercede por nosotros a Dios Padre. Y esto tiene un valor monumental a la hora de considerar quien es nuestro intercesor allá en los cielos. (Esta obra del Espíritu Santo va paralela a la obra de intercesión del Señor Jesús como sumo sacerdote a favor de los creyentes (He. 2:17,18; 4:14-16; 7:24-26)).

Pero no solo recibí paz al reconocer mis limitaciones a la hora de orar y creerle a Dios, y de saber quien es que está en mi auxilio en el momento que presento mis peticiones en oración a Dios, sino que también fui reconfortado al ser recordado que los propósitos de Dios, aún yo no nos los entienda y signifiquen tiempos de dolor y de aflicción para mi vida, Dios promete en su Palabra, que los usará para nuestro bien.

Los comentaristas de la Biblia Plenitud comentan lo siguiente sobre esta realidad:

“Aun en las dificultades y el sufrimiento, aún en la más amarga desilusión, aun cuando maltratados, los cristianos deben saber que Dios obra en medio de esas situaciones; para que se cumplan sus buenos propósitos en sus hijos. Puede que Dios cambie o no la situación directamente, pero aún si se mantiene difícil, Dios garantiza buenos resultados al final, inclusive una mayor madurez a quienes conforme a su propósito son llamados.”

Biblia Plenitud, Editorial Caribe (2004), p. 1460

El verdadero “Secreto” de la vida no se encuentra en poder alinear nuestros pensamientos y emociones de forma positiva, ni tampoco en poseer una fe invulnerable que nunca dude de los propósitos de Dios para nuestras vidas. El secreto de la vida se encuentra en reconocer que Dios está en control y tiene un perfecto y soberano plan para nuestras vidas, con el cual él nos moldeará hasta hacernos semejantes a su hijo y prepararnos para nuestra estancia eterna con el.

Mi padre partió con el Señor en la mañana del domingo 19 de agosto del año 2007, y ciertamente aún me hace mucha falta. Hay cosas que quisiera compartir con él sobre mi familia, mi negocio y de mi relación con Dios, y no puedo hacerlo. Pero tengo la paz y la tranquilidad de saber que Dios, en su soberana y hermosa voluntad, decidió llevárselo a un mejor lugar, a donde un día nuevamente me encontraré con el, y esta vez será para toda la eternidad.

“Y esta es la confianza que tenemos delante de El, que si pedimos cualquier cosa conforme a su voluntad, El nos oye” 1 Juan 5:14

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1 comentario

Anónimo dijo...

Soy Sonia de Argentina, Dios te bendiga grandemente. Fue de gran bendición tu testimonio con tu padre, lamento mucho lo sucedido. Muchas veces no entendemos como obra Dios, pero al final será para nuestro bien y nuestra confianza tendrá su recompensa. Bendiciones !!!