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El examen final

image "Pasó cierto tiempo, Dios puso a prueba a Abraham y le dijo:
-¡Abraham!
-Aquí estoy – respondió.
Y Dios le ordenó: Toma a tu hijo, el único que tienes y al que tanto amas, y ve a la región de Moria. Una vez allí, ofrécelo como holocausto en el monte que yo te indicaré” 
(Gn. 22.1-2)

En varias oportunidades en que he tenido el privilegio de dictar clases me he puesto a filosofar sobre el valor de los temidos exámenes. Creo que la razón más evidente para su existencia es probar la capacidad de retención del alumno de la materia enseñada. Mucho se ha discutido sobre las pruebas memorísticas que no demuestran habilidades, o sobre la ineficacia de los test para medir el dominio total de la materia. Sin embargo, también estoy convencido que una prueba inteligente y bien propuesta puede proveer al alumno y al profesor material de evaluación que mida tanto la enseñanza como el aprendizaje.

Nuestro Señor es un maestro por excelencia. Sus clases se imparten en la vida diaria y el conocimiento se vuelve sabiduría cuando la verdad enseñada se transforma en historia y testimonio personal. Por eso, las pruebas de Dios tendrán como principal objetivo el fortalecer nuestro carácter y dar luz y profundidad a nuestras decisiones.

Abraham tuvo que someterse también a algunos rigurosos exámenes. La prueba que tenemos en el encabezado podríamos llamarlo "El examen final". ¿Qué es lo que esta evaluación quería probar? Hasta el momento había sido bendecido por el Señor más de lo que podía imaginar. De ser un beduino inmigrante se había convertido en un patriarca lleno de riqueza y con un heredero de su propia sangre que colmaba todas sus expectativas. La pregunta es: ¿Seguiría siendo leal a Dios si estuviesen en juego sus tesoros terrenales? ¿Qué pasa si la orden de Dios escapa a los presupuestos racionales de Abraham? ¿estaría él dispuesto a obedecer? ¿se rebelaría? Mientras escribo esto pienso porque Dios tuvo que poner una prueba tan dura y tan difícil de entender. Creo que la respuesta está en la incapacidad del hombre de entender todos los caminos del Señor. Si deseamos andar con El debemos estar dispuestos a reconocer que en su grandeza siempre habrán asuntos que nos serán absolutamente incomprensibles, caminos en donde transitaremos sin más dirección que su sola voz. Este tipo de prueba es necesaria para aprender a depender de El en todo momento y bajo cualquier circunstancia.

La orden de Dios es dramática pero no emotiva. No le dijo con voz tronante que sacrificara a su hijo inmediatamente, sino que lo llevara a un lugar distante (a tres días de camino) y que se proveyera de todo lo necesario para realizar el sacrificio. Justamente, es la obediencia paso a paso la que demuestra nuestra integridad, y no los actos suicidas tipo "kamikaze". El señor no espera que nuestra vida esté llena de "anécdotas" que demuestren nuestra obediencia, sino de una vida obediente en infinidad de detalles y en toda gama de circunstancias.

El sacrificio humano no le era desconocido a Abraham. Los pueblos de la antigüedad ofrendaban a sus hijos para calmar la ira de sus dioses o pedir algún tipo de beneficio. Abraham lo tenía todo y gozaba de la bendición de Dios... ¿Por qué entonces este sacrificio? Seguramente Abraham no pudo contarle a Sara, a Isaac ni a sus siervos la orden de Dios. Esto traería un fuerte recelo y rechazo hacia la naturaleza moral del Dios de Abraham... Sin embargo, él estuvo dispuesto a obedecer a su Dios aun sin la aprobación de los suyos.

Más de una vez he escuchado comentar la terrible pero inocente pregunta del joven Isaac: "... ¡Padre!... Aquí tenemos el fuego y la leña... pero, ¿dónde está el cordero para el holocausto?" (Génesis 22.7). Hay preguntas que hacen que nos duela hasta el alma, y ésta es una de ellas. Abraham debía responder con amor y con verdad a su hijo único y amado: "El cordero, hijo mío, lo proveerá Dios – le respondió Abraham. Y siguieron caminando juntos" (Génesis 22.8). La palabra "proveer" significa literalmente "hacer ver" y esto es lo que Abraham le da a entender a Isaac: Dios está al tanto y El ha establecido las maneras, El "verá" lo que hace.

Así siguieron caminando hasta el escenario que Dios había previsto. Abraham con solicitud hizo todo lo que tenía que hacer, no como un actor que desempeña su papel, sino como un hombre obediente que está dispuesto a creer en Dios hasta las últimas consecuencias. Mientras preparaba el sacrificio, este hombre se iba despojando de sus amarras terrenales y se iba entregando a la eternidad de Dios. ¿Cuántas cosas nos esclavizan a este mundo? ¿Cuántos bienes son como lastres que nos impiden alcanzar las alturas de la comunión con Dios? Sólo cuando renunciamos a ellos podremos realmente disfrutarlos plenamente. En el momento culminante el Señor dio por terminada la prueba: "Entonces tomó el cuchillo para sacrificar a su hijo, pero en ese momento el ángel del SEÑOR le gritó desde el cielo: ¡Abraham! ¡Abraham! – Aquí estoy – respondió. No pongas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas ningún daño – le dijo el ángel -. Ahora sé que temes a Dios, porque ni siquiera te has negado a darme a tu único hijo" (Génesis 22.10-12). El mismo Señor proveyó un sustituto para efectuar el sacrificio y la fe de Abraham recién probada salió aprobada.

"Sólo se puede disfrutar plenamente aquello que se está dispuesto a entregar" parece ser la norma que Dios impone a los hombres. Y esto es una absoluta verdad cuando aceptamos que ninguno de nosotros está en esta tierra para siempre, y que las cosas que decimos poseer son solamente prestadas por un breve período de tiempo. Somos peregrinos, estamos de paso, y mal haríamos en aferrarnos a cosas, personas o situaciones que tarde o temprano tendremos que dejar en el camino. Jesucristo también sometió a esta misma prueba a sus discípulos más cercanos. Acababa de anunciar su obra en favor de los hombres a través de su muerte y resurrección y no se dejaron esperar los comentarios. Pedro lo llamó a un lado y le dijo: "...¡De ninguna manera, Señor! ¡Esto no te sucederá jamás!" (Mateo 16.22.b). La reacción más humana y más "sensata" es a alejarse del dolor y de lo desconocido, a buscar lo más conveniente o lo que nos provea la mayor cantidad de beneficios o placer. Sin embargo, la reacción de Jesús nos demuestra que los intereses de Dios no son los mismos que los de los hombres: "Jesús se volvió y le dijo a Pedro: -Aléjate de mí Satanás! Quieres hacerme tropezar; no piensas en las cosas de Dios sino en la de los hombres" (Mateo 16.23). Allí está el verdadero dilema: ¿Estamos dispuestos a poner a Dios y nuestra obediencia a El en primer lugar, o nosotros y nuestros propios intereses en primer lugar? Mas allá de nuestra religiosidad o "amor" a Dios la respuesta a esta pregunta es decisoria para verificar nuestra filiación cristiana. Hay por el mundo mucho cristianismo barato revestido de adoración a Dios y reverencia a Jesús pero lleno de intereses y mandamientos humanos que Jesucristo ya deploró hace dos mil años cuando dijo: "¡Hipócritas! Tenía razón Isaías cuando profetizó de ustedes: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me adoran; sus enseñanzas no son más que reglas humanas" (Mateo 15.8-9).

Jesús estableció una clave general que garantiza el éxito en cualquier prueba. Él dijo: "Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará. ¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida? ¿O qué se puede dar a cambio de la vida?" (Mt.16.24-26). Negarse a uno mismo no tiene una intención asceta, monástica u oscura. Su verdadera intención es dejar de ver la vida un punto de vista auto-centrado y egoísta para empezar a verlo bajo el punto de vista de Dios. Si me preguntas: ¿Por qué esto tiene que ser lo mejor para mí? Porque estás dejando de someter tus asuntos a tu intuición para doblegarlos ante la enorme sabiduría de Dios quien te ama y desea lo mejor para ti.

Tomado de las “Reflexiones Aterrizadas” de José (Pepe) Mendoza, pp. 18,19

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