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En lo que se refiere a los diablos, la raza humana puede caer en dos errores iguales y de signo opuesto. Uno consiste en no creer en su existencia. El otro, en creer en los diablos y sentir por ellos un interés excesivo y malsano. Los diablos se sienten igualmente halagados por ambos errores, y acogen con idéntico entusiasmo a un materialista que a un hechicero.

C.S. Lewis, Cartas del Diablo a su Sobrino, Rayo (2006), p.21

Ahora bien; si por “el Diablo” se entiende un poder opuesto a Dios, y como Dios, existente por toda la eternidad, la respuesta es, desde luego, no. No hay más ser no creado que Dios. Dios no tiene contrario. Ningún ser podría alcanzar una “perfecta maldad” opuesta a la perfecta bondad de Dios, ya que, una vez descartado todo lo bueno (inteligencia, voluntad, memoria, energía, y la existencia misma), no quedaría nada de él.

La pregunta adecuada sería si creo en los diablos. Sí, creo. Es decir, creo en los ángeles, y creo que algunos de ellos, abusando de su libre albedrío, se han enemistado con Dios y, en consecuencia, con nosotros. A estos ángeles podemos llamarles “diablos”. No son de naturaleza diferente que los ángeles buenos, pero su naturaleza es depravada. Diablo es lo contrario que ángel tan solo como un Hombre Malo es contrario a un Hombre Bueno. Satán, el cabecilla o dictador de los diablos, es lo contrario no de Dios, sino del arcángel Miguel.

Creo esto no porque forma parte de mi credo religioso, sino porque es una de mis opiniones. Mi religión no se desmoronaría si se demostrarse que esta opinión es infundada. Hasta que eso ocurra –y es difícil conseguir pruebas negativas-, la mantendré. Me parece que explica muchas cosas. Concuerda con el sentido llano de las Escrituras, con la tradición de la Cristiandad y con las creencias y la mayor parte de los hombres de casi todas las épocas. Y no es incompatible con nada que las ciencias hayan demostrado.

C.S. Lewis, Cartas del Diablo a su Sobrino, Rayo (2006), p.12,13

“Aunque el presupuesto nunca esté balanceado y el mercado de valores caiga, aunque el precio de la comida se vaya hasta las nubes y mi hijo nunca se recobre de su enfermedad, aunque pierda mi trabajo y aunque perdamos nuestra casa, con todo, yo me regocijaré en el Dios de mi salvación.”

R.C. Sproul, La Santidad de Dios, Publicaciones Faro de Gracia (2002), p.111

Nuestro pensamiento es más o menos así: Si acaso hay un Dios, El no es santo. Si por casualidad es santo, no es justo. Más si es santo y justo, no tenemos que temer porque su amor y su misericordia sobrepasan su santa justicia. Si acaso digerimos su santo y justo carácter, podemos descansar en esto: El no es un Dios de ira. Si pensamos sobriamente por cinco segundos, veremos nuestro error. Ciertamente, si Dios existe como Dios, si El es santo de verdad, si tiene un gramo de justicia en su carácter, ¿Cómo puede ser posible que no esté airado con nosotros? Nosotros hemos violado su santidad; hemos insultado su justicia; hemos tomado su gracia con ligereza. Es imposible que estas cosas le complazcan.

R.C. Sproul, La Santidad de Dios, Publicaciones Faro de Gracia (2002), p.134

A nivel popular, Dios ha sido –y aún es– concebido como el gran recurso para resolver problemas o salir de situaciones de apuro. Muchos acuden a él cómo se acude al plomero cuando en la casa se produce un escape de agua, a los bomberos cuando hay que sofocar un incendio, o al abogado si se necesita defensa en un juicio. Otros ven en Dios un policía que espía a los seres humanos, un juez inexorable que hará recaer sobre ellos el peso de su justicia. Otros, por el contrario, se imaginan a Dios como un padre senil bonachón, tolerante, que pasa por alto las torpezas y faltas humanas y que al final tendrá misericordia con todos. Estos y otros conceptos parecidos de Dios carecen de base objetiva. Solo podemos saber cómo es Dios si lo contemplamos a la luz de la revelación especial que de si mismo nos ha dejado [la Biblia].

José M. Martínez, Fundamentos Teológicos de la Fe Cristiana, Editorial Clie (2001), p.50

El pecado no es un problema intelectual, es un problema moral. Y el problema de todos y cada uno de nosotros en este mundo es un problema moral, no intelectual. No me importa lo grande que sea tu intelecto, no me importa lo alta que sea tu alcurnia; solo eres un pecador desesperado como todos nosotros, eres una criatura con celos y envidia, con pasión, lascivia y deseo, eres impuro, ¡tienes lepra en el alma!. No me importa que ni quien seas. ¿De qué sirve hablarme de tus grandes cualidades mientras seas un leproso? Ese es tu problema: ¡no conoces a Dios, haces el mal, eres indigno, eres impuro! Por ahí comienza el Evangelio!

Martyn Lloyd-Jones, Sermones Evangelísticos, Editorial Peregrino (2003), p.110

Hay quienes querrían hacernos creer que el propósito de la Iglesia en la actualidad es pronunciarse sobre las preguntas que hacen otras personas. Nos resultan familiares: preguntas sobre economía, sobre las condiciones sociales, preguntas sobre la guerra y la paz y mil y una cosas más. Hay quienes querrían hacernos creer que el propósito de la Iglesia es expresar su opinión acerca de este gran cúmulo de preguntas.

Ahora bien, quisiera demostrar que esto es una falsificación de todo el propósito de la Iglesia y del mensaje de la Iglesia. En mi opinión, la primera función fundamental de la Biblia y de la Iglesia es plantear una pregunta especial y hacer la pregunta más pertinente. Es dirigir la atención de hombres y mujeres a las cosas que tienden a olvidarse y ahogarse en este remolino y vórtice en que el ser humano ha convertido el mundo y su vida a causa de su pecado.

Martyn Lloyd-Jones, Sermones Evangelísticos, Editorial Peregrino (2003), p.122

Sermón predicado por el pastor Miguel Núñez de la Iglesia Bautista Internacional el pasado domingo 6 de Septiembre del año 2009.

El texto base es 1 Juan 1:1-4 y el sermón puede ser descargado aquí.

A continuación un extracto del mensaje:

¿Tú sabes cuál es el porciento de cristianos, nacidos de nuevo, en quienes Cristo es el propósito de su existencia? ¿Demostrado por la manera en cómo viven? Ese por ciento es ínfimo.

Existen cristianos en quienes Cristo es parte de su mundo.

Existen cristianos en quienes Cristo es la parte más importante de su mundo.

Y existen cristianos (un porciento ínfimo) en quienes Cristo es su mundo. Y cuando Cristo es tu mundo, Cristo es tu gozo en todas tus circunstancias, dimensiones y dificultades.

Cuando mis hijos son mi mundo, mis hijos tienen suficientes insatisfacciones. No me dan gozo.

Cuando mi trabajo es mi mundo, mi trabajo tiene suficientes insatisfacciones para darme el gozo necesario.

Cuando mi esposo o mi esposa es mi mundo, ellos tienen suficientes imperfecciones para no poderme mantener el gozo.

Cuando el ministerio (la iglesia) es mi mundo, ahí hay suficientes insatisfacciones para yo no poder mantener el gozo.

Solamente cuando Dios es mi mundo, EL no tiene insatisfacciones para jamás yo perder su gozo. EL es suficiente. EL es la satisfacción. EL es el oasis en el desierto. EL es el compañero fiel. EL es la consolación para el que está sufriendo. EL gozo en medio de la tristeza.

Todos estamos dispuestos a ir e imitar a Cristo, utilizando nuestras fuerzas, sacrificándonos, haciendo cosas maravillosas. “Esto es cristianismo –decimos-, esto está bien: ¡la imitación de Cristo!”. No, dice el Evangelio, no es así en absoluto. Dios no nos invitar a imitar a Cristo, a intentar poner en práctica su enseñanza, con la promesa de recompensarnos librándonos del pecado. ¡No, no! ¡No es eso en absoluto! El mensaje no es mirar a “Jesús” (como le llaman), como el gran ejemplo moral, el gran maestro; es a mirar al patíbulo, a un hombre con una corona de espinas sobre su frente y con expresión de dolor en su rostro, clamando: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?”: a un hombre muriendo en aparente debilidad, cuyo cuerpo es sepultado en un sepulcro con una gran piedra en la entrada. Es lo que se nos pide que miremos: ¡A Jesucristo y Jesucristo crucificado!

El evangelio dice que es el camino de la salvación; que es el camino para librarnos de nuestro pecado y de nuestro problema; que es el camino para alcanzar la plenitud y la felicidad: Ve al Calvario. Mira a Cristo muriendo en la Cruz, comprende lo que estaba sucediendo, lo que significa: que estaba cargando con tus pecados sobre su cuerpo, que tus pecados estaban siendo castigados en El, que Dios ha puesto tu iniquidad sobre El y la ha tratado allí. Esto es todo; no tenemos que hacer otra cosa que admitir nuestro pecado, arrepentirnos, confesarlo todo y entonces creer sencillamente que Cristo, el Hijo de Dios, ha muerto por nosotros y nuestros pecados; y si lo haces te salvaras de inmediato.

“¿Qué? –dice el hombre-. ¿Solo eso? ¡Es algo monstruoso! ¿No tengo que salir del culto y decidir ser mejor y participar en un cursillo de instrucción sobre como tomarse en serio el cristianismo, leer libros, intentar hacer buenas obras, y entonces…?”

No, lo único que debes hacer es mirar a la Cruz y ver al Hijo de Dios muriendo y decir: “Creo en este mensaje, creo lo que me está diciendo que crea, que es el Hijo de Dios, que ha muerto por mi y por mis pecados y que recibo el perdón de inmediato, me convierto inmediatamente en hijo de Dios, me convierto en cristiano, el Espíritu pone vida en mi”. Solo eso, nada más. Ningún programa, ningún tratamiento de larga duración, nada en absoluto, solo eso.

Martyn Lloyd-Jones, Sermones Evangelísticos, Editorial Peregrino (2003), p.113,114

El problema de la vida es el pecado: el pecado con su culpa, su poder, su contaminación. Y la única solución es Cristo y Cristo crucificado. El cancela la culpa, quebranta ese poder y renueva la naturaleza.

Martyn Lloyd-Jones, Sermones Evangelísticos, Editorial Peregrino (2003), p.83

El alma es el don de Dios para los hombres; ciertamente, la propia vida es el don de Dios para los hombres. No estamos hechos para utilizarla para nosotros mismos y nuestro propio placer. Dios nos ha dado este tesoro para que lo guardemos y cuidemos, para que lo tratemos de la forma que El desea y al final rindamos cuentas ante El por nuestra administración. Ningún hombre tiene derecho a vivir como quiera ni a tratar la imagen de Dios como le plazca. El pecado es robo y aprobación indebida; el hombre se ha convertido en un rebelde que utiliza la propiedad de Dios para sus propios fines…

¿Qué has hecho tú con tu alma? ¿Qué has hecho con la vida que Dios te ha dado durante un tiempo? Considera lo que estás haciendo: tus pecados están bajo tu propia condena, sin mencionar la de Dios.

Martyn Lloyd-Jones, Sermones Evangelísticos, Editorial Peregrino (2003), p.80

Hay en nosotros algo profundo, intenso, terrible: con un poder tremendo. Sí, y está en ti y en mí. No siempre adopta la misma forma, pero siempre está ahí y su naturaleza es siempre igual. Considérate a ti mismo y tu propia experiencia. Afronta por un momento las luchas que se producen en tu propio corazón. Saca a la luz los pensamientos vanos y los deseos que te dominan y controlan de cuando en cuando. ¿Te gustaría declararlos en público? ¿Te gustaría que el mundo conociera todo lo referente a ti? ¡Si comenzáramos por ahí en nuestros debates religiosos en lugar de discutir teóricamente acerca de la “expiación”, la “regeneración” y las otras doctrinas!

Cuando un hombre se conoce verdaderamente a sí mismo y por ende conoce algo de la naturaleza y el problema de pecado, no quiere discutir acerca de las doctrinas de la gracia, simplemente da las gracias a Dios por ellas y las acepta con toda su alma, corazón y mente.

Martyn Lloyd-Jones, Sermones Evangelísticos, Editorial Peregrino (2003), p.73

¿Se pueden explicar las Guerras Mundiales…? ¿Por qué se encuentra nuestro mundo tal como está a pesar de toda nuestra sabiduría y cultura? ¿Por qué estamos fracasando tan trágicamente? Es Dios diciendo al hombre: “No serás feliz mientras vivas al margen de mi”. Dios está anunciando juicio aún en la Historia contemporánea. ¡Cuán trágica la necesidad de rechazar algo que se anunció hace tanto tiempo y se ha confirmado en todos los siglos!

La tragedia se debe en última instancia al hecho de que el hombre se aparta de Dios en lugar de dirigirse a El con sus problemas y su amargura. En su necedad, el hombre ha puesto sus propias ideas en el lugar de las de Dios sin pensar en absoluto en esa idea del juicio; pero cuando empieza a ser consciente de que algo va mal –cuando escucha la voz de Dios- su tendencia es a apartarse de El. Esta es la mayor tragedia de todas. Cuando el hombre cayó, empezó a sentir que había hecho mal y a llenarse de un sentimiento de indignidad, ¿Por qué no busco a Dios y su amistad? ¡Ojala hubiera ido a Dios! ¡Ojala hubiera clamado: “Dios, reconozco mi necedad, he pecado contra ti; lo admito, perdóname!”. Pero no, una vez que pecó se apartó de Dios y, cuando Dios lo llamó, su instinto le llevó a alejarse más aun. Esa es la tragedia fundamental del hombre: que en su profunda necesidad, amargura y vergüenza elude al Único que puede ayudarle realmente.

Martin Lloyd-Jones, Sermones Evangelísticos, Editorial Peregrino (2003), p.51, 52

El propósito del Evangelio no es darnos a conocer cosas “acerca de Dios”, [sino] llevarnos al conocimiento de Dios mismo. Muchos piensan que el propósito del Evangelio es llevarnos al conocimiento de las verdades de la vida, de cómo vivir. Dicen: “Quiero saber cómo vivir una vida mejor, dirijámonos al Evangelio en busca de guía e instrucción”. Puede servir de ayuda en ciertos aspectos, pero ese no es su propósito esencial; su propósito esencial es llevarnos al conocimiento de Dios.

Permítame ir más lejos y decir: El propósito de la fe cristiana no es proporcionarnos conocimientos de teología. Podemos tener grandes conocimientos teológicos y no conocer a Dios. Soy la última persona en desestimar la teología (uno de los grandes problemas es la falta de conocimientos teológicos), pero afirmo que se puede conocer teología y a la vez ser ajeno al amor de Dios. Hay muchos que pasan por este mundo debatiendo acerca de teología y que pueden ser acérrimos defensores de la fe y, sin embargo, no conocen a Dios y están fuera de la salvación.

Martin Lloyd-Jones, Sermones Evangelísticos, Editorial Peregrino (2003), p.63

Dios el hijo descendió del Cielo. ¿Por qué? Porque había visto tu aflicción y la mía, porque conocía nuestra desdicha, porque vio nuestro pecado y fracaso y nuestra vergüenza. Ha descendido, descendió para liberar, y la única forma de liberar era tomar tus pecados y los míos y cargar con ellos sobre su santo e inmaculado cuerpo en la Cruz del monte Calvario. Allí lo hizo, pago el rescate, llevó a cabo la expiación, Dios está satisfecho, la Ley ha sido satisfecha, el Infierno y Satanás están derrotados y Egipto ha sido vencido. El mar Rojo – camino a Dios y la nueva vida - está abierto. Ahí están el perdón de los pecados, la reconciliación con Dios, el nuevo nacimiento, la nueva fuerza y el nuevo poder y una bendita y eterna esperanza de entrar en el Reino de los Cielos y disfrutar de su leche y miel espirituales en todas las incontables eras de la eternidad. Ese es el mensaje.

Martin Lloyd-Jones, Sermones Evangelísticos, Editorial Peregrino (2003), p.66