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¿Podemos nosotros manipular a Dios?

¿Podemos nosotros mediante la oración de súplica controlar y dirigir el poder de Dios? ¿Es ese el sentido de aquellas palabras de Jesús acerca del mover montañas mediante la plegaria (Mt 17.20; 21.21; Mc 11.22-24; cp 1 Co 13.2)? ¿Es esa la lección que debemos sacar de que Elías detuviese e iniciase la lluvia por la oración? (Stg 5.16b-18)? La respuesta en breve es “No”, nosotros no podemos manipular a Dios para que haga nuestra voluntad cuando esta no coincide con la suya.

Sin embargo Él desea habitualmente dar bendiciones en respuestas a la oración; la cual, por medio de incentivos sacados de la Escritura y cargas que su Espíritu pone en nuestros corazones, Él nos impulsa a hacer. Por este medio Dios logra dos propósitos a la vez: dar buenos dones a sus hijos, lo cual se deleita en hacer, y enriquecer la relación de estos consigo mismo a través del gozo y de la emoción especial que supone ver que esas cosas buenas han sido concedidas en respuesta a sus peticiones.

Si queremos que el poder de Dios actué en respuesta a nuestras oraciones (y algo va mal en nosotros si no tenemos ese deseo), lo que hemos de hacer no es autoinducirnos la certeza de que aquello que hemos decidido pedir sucederá simplemente porque nos hayamos asegurado a nosotros mismos que así será. Nuestra tarea consiste más bien en buscar el parecer de Dios en cuanto a las necesidades que nos apremian y permitirle que nos enseñe (con tanto o tan poco detalle como las Escrituras y el Espíritu puedan sugerirnos en cada caso) de que manera deberíamos pedir “hágase tu voluntad”, siguiendo así la senda de oración de Jesús en Getsemaní.

J.I. Packer, El Renacer de la Santidad, Editorial Caribe (1995), p.230-232

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