Mientras escribo estas palabras, no sé cuánto tiempo de vida me queda.
Pudiesen ser segundos, minutos, horas, días, semanas, meses o años.
Pero lo que si se es que cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día, cada semana, cada mes y cada año que me resta por vivir, debo vivirlo para Dios, de tal manera que, cuando llegue al cielo y este delante de su presencia, yo pueda saber con certeza que viví al máximo para que su propósito pudiese ser realizado en mi vida.
Y de este modo, cuando la hora de mi partida se acerque, yo pueda estar completamente agradecido a mi Dios por la oportunidad que me dio de conocerle y servirle en este mundo, sin importar la hora, el día o la forma en que el decida llevarme a mi hogar celestial.
“Pues si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos; por tanto, ya sea que vivamos o que muramos, del Señor somos.”
Romanos 14:8
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