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Dios mío,

¡tu amor es incomparable!

Bajo tu sombra protectora

todos hallamos refugio.

Con la abundancia de tu casa

nos dejas satisfechos;

en tu río de bendiciones

apagas nuestra sed.

Sólo en ti se encuentra

la fuente de la vida,

y sólo en tu presencia

podemos ver la luz.

Salmo 36: 7-9 (TLA)

En una cultura centrada en el yo, los deseos se convierten en necesidades (quizás incluso en obligaciones), el yo sustituye el alma, y la vida humana degenera en el clamor de autobiografías que compiten entre si. Las personas se sienten fascinadas con como se sienten, y con como se sienten en cuanto a como se sienten. En una cultura así y en las garras de dicha fascinación, el yo existe para explorarlo, para darle gusto y para que se exprese, pero no para disciplinarlo o frenarlo. La religión centrada en el yo, dice David Wells, excluye la teología y la verdad objetiva:

La teología se convierte en terapia… El intereses bíblico por la justicia da lugar a la búsqueda de la felicidad, la santidad da lugar a un estado holístico, la verdad da lugar al sentimiento, y la ética da lugar a sentirse bien consigo mismo. El mundo se reduce a una gama de circunstancias personales; la comunidad de fe se reduce al círculo de amigos personales. El pasado se aleja. La iglesia se aleja. El mundo se alega. Todo lo que queda es el yo.

Cornelius Plantinga Jr., “El Pecado: Sinopsis Teologica y Psicosocial”, Libros Desafío (2001), p.115

T.M. Moore nos expresa una excelente respuesta a esta pregunta en su escrito “The Paucity of Prayer”.

Les comparto un párrafo de su reflexión:

Porque no estamos naturalmente inclinados a orar. Para los cristianos de hoy en día nos es difícil sostener una conversación con el reino invisible. Somos criaturas del aquí y del ahora con una tendencia a involucrarnos principalmente en aquellas cosas que podemos ver, oír, oler, saborear o tocar. Somos el producto de nuestra era secular, y aunque sin duda reconocemos la existencia de un reino invisible, y creemos en Dios y en Jesucristo, y entendemos que Cristo está en estos momentos exaltado a la diestra del Padre, a pesar de creer y confesar todo esto, nos es difícil interactuar con él. La mayoría de nuestras oraciones se ofrecen en entornos estructurados -nuestros devocionales diarios, antes de cada comida, durante la adoración en nuestras iglesias, y así sucesivamente. Las principales actividades de nuestras vidas están segmentadas en actividades que no parecen prestarse a la obra de la oración, por lo que consideramos la instrucción de Pablo a "orar sin cesar" como una especie de hipérbole espiritual, más que un objetivo a perseguir.

T.M. Moore