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El verdadero propósito de la religión

El hecho de que muchas personas realmente utilicen la religión como una droga no significa que la religión en si tenga esa naturaleza. Jamás se puede afirmar lo suficientemente a menudo o lo suficientemente claro que el propósito de la religión no es dar a las personas una sensación agradable y cómoda y hacerlas felices durante unas pocas horas una vez por semana. Hay una tendencia en muchos lugares en la actualidad a recalcar este aspecto de la religión y a hacer que los oficios religiosos sean tranquilos y relajantes porque sabemos que las personas se dirigen instintivamente a la iglesia al afrontar la muerte, ya sea la propia o la de un familiar.

Ahora bien, no es asunto mío ni de nadie sentar una cátedra en estas cuestiones, pero de esto estoy seguro: las personas que solo se dirigen a Dios cuando las cosas van mal son personas que nunca le han conocido y que probablemente no le conozcan nunca hasta haber sido transformadas.

El objetivo y el propósito de la religión y la predicación del Evangelio no es hacernos olvidar nuestros problemas transitoriamente, sino eliminarlos de una vez por todas, ayudarnos a superarlos. Si tan solo olvidamos nuestros problemas mientras estamos aquí cada domingo, cantando himnos y escuchando el sermón, aún no hemos conocido la verdadera religión, porque su función es resolver nuestros problemas. Si hasta la fecha nuestra historia ha sido que semana tras semana hemos hecho promesas en esta sala de que de ahora en adelante seremos diferentes y mejores personas pero luego hemos seguido igual, te digo que hasta ahora no has sentido el poder del Evangelio, porque el objetivo y la función del Evangelio no son tanto producir decisiones sino reformas.

La verdadera tragedia de la religión en estos tiempos no es tanto que las masas no crean en ella. Es que aquellos que profesan creer en ella no sean cambiados por ella, sino que más bien la utilicen para su conveniencia. Demasiado a menudo la religión actual tranquiliza la conciencia en lugar de despertarla, y produce una sensación de satisfacción propia y de seguridad eterna en lugar de una conciencia de nuestra indignidad y pecaminosidad y de lo probable que es nuestra condenación eterna.

Martyn Lloyd-Jones, Sermones Evangelísticos, Editorial Peregrino (2003), p.170

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